viernes, 29 de octubre de 2010
La Selección, el mejor disfraz
Apenas los ví, pensé que Martín y Nicolás eran hermanos. Es que desparramaban coincidencias los dos jóvenes que caminaban juntos al estadio: usaban camperita al estilo canguro, se peinaban para el costado y llevaban la bandera de Argentina en la espalda. Además, entre otras cosas, me enteré que los dos siempre fueron al mismo colegio, compartieron el tobagán de la plaza del barrio y hasta les gustan los mismos grupos de música. Y a ambos, el fútbol les brota a flor de piel. Ese amor, el que tienen por la pelota, se palpa con tan sólo una mirada.
No hay dudas: Martín y Nicolás son muy parecidos. Hasta se podría decir que tienen todo el material humano dispuesto de tal manera que, si fuesen normales, con sólo verse una vez se transformarían en grandes amigos, en inseparables. Pero ya se vieron varias veces; y nada. El carrusel de la vida se encargó de juntarlos; y nada. No tiran para el mismo lado; no hay caso. No son amigos, ni compañeros y si les preguntás, ni conocidos dicen que son. Pero se conocen; y muy bien. Se conocen tanto que hasta, pelotudamente, se odian. ¿Por qué? La explicación es tan estúpida como racional: Martín es hincha de San Martín, y Nicolás, de Desamparados. Nunca pudieron arreglar el problema de haber nacido con colores distintos.
Pero ahí estaban ellos ése primer día que los vi. Iban caminando juntos al estadio a alentar a la Selección, con su camperita canguro desabrochada y con la camiseta de su club debajo, algo escondida. Cantaron juntos en la previa al partido y hasta se abrazaron en el momento del himno. Como te digo, parecían dos hermanos aquel día. Se habían olvidado de todas las discusiones, las peleas y las cargadas que tuvieron a lo largo de su vida. La Selección había logrado lo que no pudieron todas las similitudes que tienen en común.
Lo tengo que decir, cuando los ví abrazados y emocionados casi se me cae un lagrimón. Entonces me animé y quise saber más de la vida de ellos. Fui a hablarles y me encontré con la siguiente explicación: "Pasa que cuando juega la Selección somos todos del mismo equipo, pero quedate tranquilo que ahora cuando salgamos de la cancha nos olvidamos y él sigue siendo de San Martín y yo de Desamparados". Dijeron una gran verdad: los colores no se cambian. Martín seguirá siendo verdinegro y Nicolás, puyutano. Pero ambos, sin dudas, seguirán siendo unos pelotudos.
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