viernes, 29 de octubre de 2010
La mesa de los milagros
En el comedor de la casa se producían los milagros más impensados. Los mismos ocurrían durante todas las cenas familiares, cuando cada uno de los miembros de la familia se proponía contar qué había hecho durante el día. Siempre comenzaba hablando el padre, seguía la madre y terminaban la nena y el nene.
Las historias comenzaban con la cruda realidad pero terminaban, siempre, con una zarza de mentiras que servían únicamente para la felicidad del resto. Cada uno agrandaba y embellecía su relato para la sonrisa de los demás. Así, todos vivían contentos creyéndose mejores de lo que eran.
La nena, por ejemplo, era puro diez en el colegio; la madre, en vez de ser la ayudante de la ayudante de la secretaria en el hospital, siempre salvaba una vida en el quirófano; y el padre, lejos de tener un negocio miserable que cada vez vendía menos, contaba que tenía un proyecto que, cuando él quisiera, podía hacer explotar y así la familia ser la más rica del país.
Sin embargo, Martín, el nene más chiquito, no entendía bien el pacto de la fantasía. Y eso le preocupaba al resto de la familia. Martín aún no comenzaba con el colegio y temían que cuando lo hiciese comenzara a contar las cosas malas que le sucedan y así arruine la comida de la noche. Igual, el nene todavía era chiquito y apenas contaba sus aventuras con los juguetes. Pero las travesuras de Jack, de Spender y de los demás playmóbiles siempre eran reales, sin siquiera un mínimo de ficción. Y eso, claro, inquietaba a la familia.
Sin embargo, el 10 de octubre fue un día especial para Martín.
La noche en la mesa de los milagros comenzó como siempre. El padre, primero, contó su mega emprendimiento con los chinos, luego la madre hizo mención a la propuesta que le llegó del mejor cirujano para sumarse a su equipo y después la nena dijo haber aprendido la regla de tres, cuando recién estaba en primer grado. Luego, le llegó el momento al nene:
-Y vos Martín, ¿qué hiciste hoy? -preguntó el padre esperando que por fin su hijo menor cuente su fantasía y los alegre un poco más.
-Lo de siempre, papi. Jugué con mis juguetes.
-Qué lindo. ¿Y los juguetes qué hicieron hoy?
-Hoy hubo un partido de fútbol -contestó el nene, con los ojos emocionados
-¿Me contás Martín, cómo fue el partido de fútbol de tus juguetes?
-Fue una gran locura, papi
La respuesta motivó a todos en la mesa. El padre, la madre y la hermana mayor se inclinaron hacia adelante esperando que el nene complete su historia. Por fin Martín se sumaría a la fantasía de la exageración familiar.
-Contanos -insistió la madre, ansiosa.
-Fue así: el partido estaba 1-1, nos habían empatado sobre la hora y se venía la noche. La clasificación se quedaba lejos y se iba a armar flor de lío si no se ganaba. El equipo dependía de un milagro porque después tenía que jugar de visitante y ahí iba a ser más complicado. Encima llovía muchísimo. Había mucho viento y casi no se veía nada. Un remolino de agua se había formado en la cancha. Era imposible jugar así -el entusiasmo de Martín era cada vez más notorio-. Y ahí, sobre el final, en el tercer minuto de descuento, un jugador que había ingresado desde el banco la metió de un rebote y todos festajamos. Hasta el técnico se tiró de palomita al agua. Todo fue una fiesta. Todo fue una gran locura, papi...
Ninguno se percató de cómo habló Martín, el chiquito de casi dos años. Todos se fueron a dormir felices porque el nene mostró los primeros sintomas de inventar una historia.
Sin duda, ellos no sabían que ese día Argentina le había ganado un partido histórico a Perú. Martín, otra vez, había contado una verdad.
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