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viernes, 29 de octubre de 2010

Con el alma partida

Dedicado a todos los Chatos
 
 Es cierto, nunca habían sido grandes amigos. Pero igual, lo que le hizo el Román ayer al Chato estuvo mal. Muy mal, viejo. No se merecía que lo tratara así después de tantos años compartidos. Lo ninguneó. ¡Lo ninguneó, viejo! No lo quiso saludar. Le negó el saludo, y eso entre hombres no se hace. Se fue sin mirarlo, sin siquiera hacer un mínimo gesto para agradecerle todo su esfuerzo, su cariño, su dedicación.

Sin pronunciarlo, el Román le dijo andate a cagar al pobre Chato. Me cago en todo lo que pasamos juntos, en todo lo que sufrimos juntos, en todo lo que hiciste por mí. Todo eso le dijo el Román al Chato cuando lo tenía en frente. ¡En frente lo tenía! ¡Y nada, viejo! Después de tantos años...

¡Después de tantos años! Me da bronca. Mucha bronca, viejo. No puede ser que haya gente así. ¿Qué hacemos ahora con el Chato, me decís? Debe estar tirado en su cama, destruido. Hasta llorando me lo imagino y eso que él no llora. Vos sabés que el Chato es bien hombre y no llora. Si las pasó todas y nunca una lágrima. ¡Nunca una lágrima! Pero ahora seguro estalló. Y cómo no va estallar si el desagradecido del Román lo traicionó después de tantos años...

Qué desilución debe tener el Chato. Si no se está por suicidar pega en el palo. Es que el Chato las hizo todas por el Román. Su mujer lo dejó por su amor por el Román. Sus hijos también lo abandonaron porque se la pasaba hablando de las travesuras y locuras que el Román hacía desde chiquito en la cancha del barrio. Laburaba toda la semana, y los domingos, en su día de descanso, se levantaba temprano para ir a darle una mano y para aconsejarlo. Estoy seguro que el Román no sería nadie en la vida sin el Chato, sin su apoyo constante desde la tribuna.

El Chato fue de los pocos que siempre puso guita para las inferiores. Y desde el anonimato también colaboró especialmente con la familia del Román cuando estaban en ruinas. Tenía todas sus esperanzas puestas en él. ¡Qué injusta la vida, viejo! El Chato hacía todo sin pedir nada a cambio. Y todo porque soñaba que el Román lo lleve a conseguir el título. Se había encariñado mucho con el morochito que jugaba de enganche y lo imaginaba como el mesías del equipo. Por eso lo bancó y se trompeó con cada uno que lo insultaba desde la platea. ¡Más de 50 peleas y discusiones tiene seguro! Pero seguro eh. Si al principio al Román no le salía una.

Es cierto, ellos nunca fueron grandes amigos, viejo. Nunca compartieron un asado, una fiesta o una buena birra. Nunca. Ni siquiera habían charlado en su vida. Es más, el Román al Chato no lo conocía. Y ayer los dos se cruzaron en el medio de la caravana. El equipo del barrio había salido campeón. El Chato lo había festejado desde la tribuna, como siempre, aplaudiendo y babeándose desde allí con los goles de su pollo, de su nene que se transformó en crack. Y en el festejo fue a darle un abrazo y un fuerte beso. Un beso y un abrazo que nunca llegaron a destino. 

Ahora, el crack se va para Europa a hacer una millonada de plata. Y el Chato, su fiel hincha personal, seguro se queda llorando en su casa, destruido. ¿Sabés qué es lo peor de esto, viejo? De esas lágrimas, de ese llanto, de esa impotencia y de esa tristeza, el Román nunca se va a enterar.

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